martes, 8 de enero de 2013

Historia Oculta de la masonería


Para muchos historiadores la francmasonería data del siglo XVII cuando se registró públicamente, pero existen evidencias de que esta sociedad secreta fue materializándose lentamente antes de la constitución de la Gran Logia Unida de Inglaterra en 1717. Sufíes, egipcios, el ocultismo hebreo y hasta los templarios parecen divisarse tras sus orígenes perdidos ¿qué fundamento tienen estas hipótesis? ¿Hay una historia perdida de la masonería?

Por Josep Guijarro



Para los historiadores, la masonería nació en 1717 gracias a los pastores protestantes ingleses James Anderson y J. T. Desaguliers pero es lógico que sus ritos y creencias estuvieran inspiradas en creencias muy anteriores cuyos orígenes siguen en disputa ¿Proceden acaso de los Antiguos Misterios Paganos, del templo del Rey Salomón, de los Templarios  o de los Masones Operativos de la Edad Media?
En el Museo Británico se conservan los dos documentos masónicos más antiguos que se conocen. Parecen remontarse a 1390 y 1450 respectivamente.
El primero recibe el nombre de Manuscrito Regius,  y el segundo es llamado Manuscrito Matthew Cooke. Tiene dos partes, conocidas como la Historia y los Cargos Antiguos, que formaban parte de las Regulaciones generales masónicas compiladas en 1720, y que James Anderson utilizó también como material de referencia en sus Constituciones (ver recuadro) tres años antes. En el mejor de los casos, entonces, las primeras menciones masónicas datan del siglo XIV. ¿Es esa la antigüedad de la poderosa sociedad secreta o existe un origen anterior, mítico y misterioso?

Estética salomónica
El reconocido ocultista Eliphas Levi recuerda una leyenda masónica que relaciona los orígenes de esta institución esotérica e iniciática con un manuscrito del siglo VIII sobre la construcción del templo de Salomón y su arquitecto Hiram Abiff.
El mítico templo era un auténtico tratado de geometría que reproducía en sus estructuras simbólicas los diferentes planos o niveles del cosmos. Su verdadera importancia es más bien alegórica. Así, la construcción no sería más que una reproducción de la bóveda celeste donde el Sol es el rey y el altar apuntaría a la constelación de Aries, el signo de Oriente. Algo que queda patente en la Epístola a los hebreos (9,24) cuando dice  que “no entró Cristo en un santuario hecho por la mano del hombre, imagen del verdadero, sino en el cielo mismo”.
Aún hoy, la decoración de las logias masónicas representa en su techo la bóveda celeste y, a su alrededor los signos del zodíaco.
Para la construcción del templo de Jerusalén fueron necesarios 153.300 trabajadores, divididos jerárquicamente en tres grados: 70.000 aprendices, 80.000 oficiales o compañeros y 3.300 maestros. Asegura la leyenda que se reconocían entres sí por medio de palabras secretas, señales y toques, diferentes para cada categoría.
Según la tradición masónica, Hiram completó la construcción del templo en siete años y, después, fue asesinado a golpes. “Cuando la construcción del templo de Salomón llegaba a su fin –explica el erudito masónico Mario Pérez Ruiz-, tres compañeros desearon conocer los secretos de los maestros y así disfrutar de su grado y al no conocer la palabra secreta asesinaron a golpes a Hiram Abiff”.
Los asesinos enterraron el cadáver lejos de Jerusalén y Salomón ordenó que nueve maestros lo buscaran… Y lo hallaron. Para reconocer el lugar donde fue sepultado plantaron allí una rama de acacia.

La clave empieza en ¿Egipto?
El relato de la muerte de Hiram guarda relación simbólica con Osiris. El arquitecto del templo de los judíos fue asesinado en la puerta occidental del templo, que es donde se pone el Sol. En la mitología egipcia los Salones del Amenti, regidos por el dios de la muerte y la reencarnación, están situados, también, en occidente. Osiris se levanta de entre los muertos en el norte, que en la mitología egipcia está regida por Leo. Hiram Abiff es levantado de entre los muertos mediante un estrechamiento de manos masónico denominado la presa del león. Y, finalmente, tanto en los misterios masónicos como en los egipcios el “dios” que ha resucitado es enterrado en una colina y señalizado con un árbol.
Podríamos mencionar también la curiosa circunstancia de que la entrada al templo de Salomón estaba flanqueada por dos columnas conocidas con los nombres de Jachin y Boaz a la guisa de los obeliscos que hacían lo propio en los templos de los sacerdotes egipcios. Las inscripciones que se hallan, por ejemplo, en el obelisco egipcio situado en el Central Park de Nueva York, muestran símbolos masónicos de tiempos de Tutmosis III. Sir Lawrence Gardner, asegura que Hiram Abiff retomó la costumbre egipcia de situar pilares a la entrada de los templos cuando situó Jachin y Boaz en el Templo de Salomón. Su interior era hueco y estaba pensado así para salvaguardar los archivos y los textos de las normas de los constructores.
Para los historiadores masónicos no es coincidencia: “Toda luz viene de Oriente; toda iniciación de Egipto”, dejó escrito Cagliostro, fundador del Rito de la masonería egipcia. Hoy en día el recuerdo de la luz de Egipto sigue fascinando a muchos francmasones, que no dejan de soñar con el esplendor y la perfección de las pirámides o los templos de la civilización faraónica (ver recuadro).

Sufíes, sabeos y templarios
No obstante –nos recuerda Gérard Galtier- para la mayoría de francmasones, la Tierra Santa es la de Jerusalén y lo que convendría reconstruir es el templo de la ciudad.
Y es que, en efecto, Salomón guarda la llave que permite abrir los secretos de la moderna francmasonería pero, antes de que se formalizara la institución en 1717, la conexión histórica con su legado se basaba en los Pobres Caballeros de Cristo y el Templo de Jerusalén. Conocidos comúnmente como los Caballeros Templarios, esta fraternidad de monjes-guerreros fundada en 1118 permaneció encerrada nueve años en el templo de los judíos y tras una rápida expansión por Europa financiaron buena parte de las catedrales góticas. Cabe preguntarse por tanto: ¿acaso el movimiento masónico tomó su iniciativa de los templarios?
El célebre escritor masónico Robert Graves deduce que la masonería fue introducida en Europa, y concretamente en Escocia, bajo la apariencia de un gremio de artesanos gracias a los Caballeros del Temple. Esta orden recuperó en Tierra Santa abundante documentación requisada de escritos islámicos y judíos de ahí que algunos especialistas perciban en las enseñanzas masónicas cierta influencia sufí.
El traductor de las Mil y una noches, Sir Richard Burton, definió al sufismo como el pariente oriental de la francmasonería. Más lejos llega Idries Shah Sabed al concluir que “Boaz” y Salomón no fueron israelitas sino arquitectos sufíes. Curiosamente Salomón es venerado en el Islam como un profeta.
Pero Jorge Blaschke y Santiago Río, en su reciente obra Orígenes reales de la Masonería, aclaran que los sufíes no son el origen primigenio. Las raíces de sus enseñanzas radican en los sabeos, una secta de artesanos y comerciantes que profesaban una doctrina helenística atribuida a Hermes y que se concentraron en la Alta Mesopotamia y al noroeste de Alepo entre los siglos IX y XI. Practicaban un comunismo iniciático que propagaba un ritual de compañerismo, un entendimiento entre cuerpos de un mismo oficio.
En su opinión, la reforma de la masonería en Londres, a principios del siglo XVIII, cometió un grave error ya que confundió con hebreos los términos sarracenos desvirtuando la antigua tradición sufí.

Eduardo R.Callaey con Josep Guijarro
Los constructores de catedrales
Con todo, la mayoría de historiadores coincide en que los inicios de la masonería radican en las corporaciones de oficios y constructores del siglo XVII.
Hablamos de hombres que interpretaban en un sentido muy sutil esa pedagogía de masas que la Iglesia pone en marcha en función de la piedra, ese arte ilustrativo que trataba de transmitirle al pueblo lo que no podía leer porque no sabía. Cuando tu ves un pórtico románico es un libro que trata de transmitir cosas”.-Nos explica el historiador Eduardo R. Callaey. “A lo largo de la historia de la humanidad –añade- construir siempre ha tenido una connotación sagrada porque lo que se erigían eran templos. Lo demás no ha perdurado. Lo que ha llegado hasta nosotros es la piedra de los zigurats, las pirámides, los grandes templos de Oriente. Por lo tanto siempre hubo una connotación sagrada en el oficio de construir”.
En su opinión, esa responsabilidad recayó durante el medioevo en las órdenes monásticas y, en especial, en la benedictina.
En efecto, bajo la dirección de los grandes abades aparecerán las primeras expresiones de una arquitectura renovada que mostrará sus posibilidades en el arte románico y estallará con toda su potencia en el gótico.  Bajo su protección encontraremos también las primeras evidencias de una masonería primitiva, fruto de la renovación del conocimiento y las técnicas de la construcción.

La orden de san Benito y los gremios de constructores
Los benedictinos primero y más tarde los cistercienses, se dominarán la construcción. Cada convento es una colonia donde, además de dedicarse a la práctica de la piedad, se estudian las lenguas, la teología y la filosofía, se ocupan activamente de la agricultura y se ejercitan y enseñan todos los oficios... Los abades trazan los planos y dirigirán su construcción, estableciendo de este modo una corriente de inteligencia entre las relaciones de los conventos.
Si Callaey está en lo cierto, la espiritualidad de Occidente subyace en las raíces del esoterismo judeocristiano y el trabajo iniciático de refinar la “piedra bruta” –símbolo central de la doctrina masónica- encuentra un antecedente directo en la acción de “cuadrar la piedra”, planteada por los Grandes Maestros Benedictinos como alegoría de la construcción del “hombre espiritual”, apto para la tarea de erigir sobre la Tierra el reflejo de la Ciudad Sagrada, la mítica Jerusalén Celeste. Lo que no deja de ser una tremenda ironía a la luz de la actitud combativa que siempre ha demostrado la Iglesia frente a la masonería.
Para demostrarlo el historiador argentino esgrime fuentes de época y escritos históricos, como un manuscrito de Wilhelm de Hirsau, uno de los más grandes abades constructores de la Orden Benedictina en el siglo XI, en el que se hace referencia al mandil y a su profunda significación.
Asegura el periodista catalán Xavier Casinos que los masones gozaban además de privilegios que no tenían otros artesanos, como la libertad o franquicia de trasladarse de un lugar a otro para realizar su trabajo. Por eso se les llamaba también francmasones. Esa movilidad, en cualquier caso, dio lugar a los signos secretos con objeto de reconocerse entre sí cuando acudían a una nueva construcción.
Durante el siglo XVII tuvo lugar el proceso de transición que llevó a los gremios de constructores a convertirse en la masonería tal y como la conocemos en la actualidad. Es decir, abandonó su operatividad para transformarse en una sociedad filosófica que mantenía buena parte de la simbología medieval, como el compás, la escuadra, el mandil y la plomada. Con el nacimiento de esta masonería especulativa sus miembros ya no deberán construir una catedral, sino una humanidad mejor a partir del templo interior de cada afiliado.
El caballero Ramsay introdujo la "hipótesis templaria", más adecuada para la nobleza del siglo XVIII que el carácter burgués de las Corporaciones de Oficio, y dio nacimiento al sistema conocido hoy como Rito Escocés Antiguo y Aceptado. A partir de entonces, se introdujo un nuevo elemento de controversia entre quienes abrazaron el origen templario de la institución como fundamento histórico de la Orden y quienes intentaron sostener su origen en las “gildes” de canteros y tallistas de la Edad Media, es decir, los constructores de catedrales.

Rosslyn y el secreto de los masones escoceses
Esta discusión, que ya lleva más de dos siglos, se ha visto incentivada en los últimos años con la aparición de numerosos libros tanto históricos como de audaces defensores de este origen templario de la Masonería. Muchos creen haber encontrado en la capilla de Rosslyn el nexo definitivo que uniría para siempre el destino de la Orden del Temple y los maestros canteros.
Según los escritores británicos Christopher Knight y Robert Lomas el punto de partida de la francmasonería hay que buscarlos aquí porque los  miembros de la familia Saint Clair de Rosslyn se convirtieron en los Grandes Maestres hereditarios de las Artes, Gremios y órdenes de Escocia y ostentaron el cargo de Maestre de los Masones de escocia hasta finales del siglo XVIII.
La capilla de Rosslyn se halla a 16 Km. al sur de Edimburgo. Fue erigida entre 1440 y 1490 por William Saint Clair y sus paredes y columnas parecen esconder un conocimiento ancestral transmitido a través de generaciones.
La relación entre los templarios y Rosslyn se remonta a los tiempos de la primera cruzada. Henry Saint Clair participó en ella junto Hugues de Payns, casado precisamente con su sobrina Catherine. A su regreso recibirá el título de barón. Aunque su nombre no figura entre los nueve fundadores de la Orden del Temple es evidente que ambos mantenían estrechos vínculos incluyendo la donación a los templarios de los terrenos sobre los que hoy se erige la misteriosa capilla.
La hipótesis de Knight y Lomas plantea que William Saint Clair, conocedor de que los manuscritos retirados por los templarios del Templo de Salomón habrían sido guardados allí, construyó Rosslyn para establecer una Nueva Jerusalén.
Esto, naturalmente, supone admitir que los templarios no viajaron a Tierra Santa para defender a los peregrinos sino con un propósito más arqueológico. Por esa razón nueve hombres (como los que hallaron el cuerpo de Hiram) permanecieron nueve años encerrados entre sus muros. Muchos expertos han reparado en la persistencia de esta clave numérica: el 9. Resulta que la novena letra del alfabeto hebreo es la Tav (la Tau griega). Esta letra, representada por el noveno sefirá cabalístico (el Yesod o fundación) se relaciona con la serpiente y el secreto de la sabiduría. Pero es que, además, la marca de la tau era la que los kenitas llevaban sobre la frente cuando Moisés se encontró con ellos. En la capilla de Rosslyn, curiosamente, los catorce pilares han sido dispuestos de tal manera que los ocho del lado este trazan la forma de una triple Tau. Sospecho que Hugues de Payns y sus ocho freires fundadores ignoraban los códigos y el significado de lo hallado en el Templo y, por ello, tuvieron que recurrir a la ayuda de cabalistas judíos y sabios islámicos a través de su protector Bernardo de Claraval, el reformador del císter.
Dos siglos después la simbología había sido desvelada y puesto a salvo en la capilla de Rosslyn. Este santuario es por tanto una representación de la Jerusalén Celestial, con torres y un enorme techo central de forma curva sostenido por arcos. Una reconstrucción del templo de Herodes adornada con simbolismo nazareo (secta religiosa contemporánea a Jesús cuya etimología viene de Custodio o Conservador) y templario encaminado a dar cobijo al “secreto”.
Cuando las logias escocesas decidieron elegir una Gran Logia para su administración, convinieron que sir William Sinclair de Roslin (descendiente directo por línea paterna del constructor de la capilla) ocupara el cargo vitalicio de gran maestre.

El retorno de la Antigua Alianza
En seguida surgieron desacuerdos en el seno de la masonería inglesa. Tras el establecimiento de la Gran Logia de Londres se formaron dos grupos: los “antiguos” y los “modernos”. A estos últimos les preocupaba que los antiguos hubieran decidido preservar el patrimonio jacobita (Partidario del derecho divino de los monarcas. Ver próximo artículo) y la amenaza que ello suponía para la casa Hannover de corte protestante.
Los jacobitas veían en la leyenda de Hiram, en el tercer grado de su rito, una alegoría sobre el asesinato de Carlos I Estuardo, como si los símbolos hubieran sido tomados de la conjura que hicieron los amigos del rey para vengar su muerte y colocar en el trono a su hijo. Aunque según refiere Gerard de Nerval una versión muy similar de la leyenda la muerte de Hiram se escuchaba en los cafés de Estambul, durante las noches de Ramadán, en forma de cuentos.
Esto abre un serio interrogante acerca del origen de la ceremonia más importante de la francmasonería, aunque tal vez la fuente original del grado de maestro resida en las abadías pues, como nos aclaró Callaey, existe una llamativa semejanza entre esta ceremonia de exaltación y los votos del monje benedictino en su última etapa de ordenación. Esto significaría un retorno a la Antigua Alianza con los católicos jacobitas que introdujeron muchos elementos centrales de los rituales con base templaria y explicaría la numerosa presencia de eclesiásticos en la francmasonería del siglo XVIII.



La constitución de Anderson

El 24 de junio de 1717, las cuatro logias londinense se reunieron en una taberna situada en St. Paul’s Churchyard y crearon la Gran Logia de Inglaterra. Eligieron como primer Gran Maestro al caballero Anthony Sayer y resolvieron reunirse anualmente en una ceremonia que recibe el nombre de Grand Feast.
Esta constituye, para la mayoría de historiadores, el momento fundacional de la masonería especulativa aunque es evidente que su creación tuvo que venir precedida de una andadura anterior.
Las primeras constituciones de la masonería, conocidas vulgarmente como la constitución de Anderson fueron publicadas en 1723.
En realidad fueron un encargo de la Gran Logia de Inglaterra para realizar una adaptación de la antigua constitución gótica. El texto de clérigo escocés llamado James Anderson señala la filosofía de la sociedad secreta así como el comportamiento que se espera de sus miembros y las líneas maestras de la organización.
Anderson cuenta que las ciencias que formaron el lecho de roca de la francmasonería tuvieron su comienzo con los bíblicos descendientes de Lámek, a saber, Yabal, Yubal, Túbal Caín y su hermana, Naamá (Génesis 4:19-22). En línea con la Biblia, Túbal Caín aparece en el 3er grado del Arte masónico (el grado de los Maestros), como instructor de los artífices del metal, y esto nos remonta históricamente más de dos milenios antes de Salomón, hasta los alrededores del 3500 a.C.
Para Anderson la masonería es una sociedad iniciática poseedora de una sabiduría esotérica que se ha transmitido desde tiempos de Adán.


Mandeos: Los herederos de Juan el Bautista

Los mandeos son una secta gnóstica, también llamada de los Nasareos, que se desarrolló en los siglos I y II en el Jordán. Se basaban en escrituras antiguas con creencias similares a los maniqueos. Creían que el alma humana se halla cautiva del cuerpo y del universo material y que sólo se puede salvar mediante el conocimiento revelado, una vida ética estricta y la observancia de ciertos ritos que, por cierto, guardan enorme similitud con los francmasones.
Como ciertas obediencias masónicas creen que el primer maestro nasoreo fue Adán.  En La Clave masónica, Kngith y Lomas sugieren que los nasoreos/mandeos recibieron instrucciones de depositar sus manuscritos debajo del Sacnta Santorum del Templo de Salomón alrededor del año 69. Cabe pensar, por tanto, que los templarios los hallaron allí siglos después y que constituyeron el cuerpo de su doctrina y ritos secretos en base a ellos.
Sus miembros remontan su tradición religiosa no a Jesús, sino a Yahia Yuhana conocido entre los cristianos como Juan el Bautista lo que equivale a decir que Juan es una encarnación del poder y la sabiduría gnóstica.



Orígenes Egipcios

En 1783, George Smith, gran maestro del condado de Kent, afirmaba que la masonería obtenía de Egipto varios de sus misterios. Isis y Osiris, por ejemplo, simbolizaban la naturaleza Universal y el ser supremo y eran representados en las logias como la Luna y el Sol. Smith pensaba que los druidas celtas habían retomado el esoterismo egipcio transmitiéndolo después a los primeros masones.
A partir de 1801 surgen ritos que reivindican la tradición egipcia como el de los perfectos iniciados de Egipto, el rito de Misraim o el de Menfis. Una frase del ritual llamado de Menfis-Misraim resume muy bien la actitud general: cuando el Venerable pregunta al segundo Vigilante: “¿De dónde venís?”, éste responde: “Del viejo Egipto, Venerable Maesto, y de una logia de San Juan”. Las palabras del vigilante, en opinión del eminente egiptólogo Christian Jacq, vinculan la masonería a Egipto y al cristianismo.